Isabel II  

Ya no hay esclavos ni vasallos, ni hombres de abadengo, de realengo o de behetría, ni nobles, ni hidalgos, ni plebeyos, ni pecheros, no hay más que ciudadanos. Ya nadie lleva el nombre del Rey de Aragón, ni de Navarra, ni de Castilla, sino el de la nación española. ¡Qué variación tan inmensa! ¡Qué marcha tan progresiva y admirable! Reunir tantos intereses, igualar tantas clases, destruir tantas preocupaciones, desarraigar tantos abusos, llevar en fin la ley niveladora sobre aquel inmenso e informe cúmulo de prerrogativas y privilegios. Qué diferencia de aquel tiempo en que las leyes se escribían en latín y apenas nadie sabía leerlas, a éste en que se escriben en lengua castellana y publicadas por la imprenta llegan por cien caminos no sólo a los confines de nuestro territorio, sino hasta los extremos del universo. Qué diferencia entre las leyes discutidas mil veces en la imprenta y la tribuna, impugnadas, defendidas, analizadas de todos los modos y aquellos actos de barbarie que... usurpaban el nombre santo leyes. […]
Se creyó en algún tiempo por todos los filósofos y hombres dedicaban al estudio de la economía civil que, libre la propiedad de las trabas, de las preocupaciones que los siglos pasados la habían impuesto, se restablecería el equilibrio de la distribución de la riqueza entre los individuos que componen la sociedad y no se verían esas fortunas colosales al lado de los harapos y la miseria. Pero el resultado no ha correspondido a las esperanzas, porque si la desigualdad era grande cuando estaba en su apogeo la amortización civil y eclesiástica, mucho mayor cuando la industria ha llegado a su completo desarrollo.


POSADA HERRERA, I.: Lecciones de administración. Madrid, 1843.